martes, 15 de mayo de 2007

Bueno, aqui os dejo el cuento que escribi para el concurso :P, aun que parezca coña eran 5 folios escritos, cosa que aqui parecen menos. Este sera el Cuento 3.. Ya que estamos os dire que cada vez esto empeora, queda menos para los examenes =( .Y por fin me compre el guante para el billar =), no os dire lo que me costo en pos de vuestra salud mental xD. Apartir de ahora los capitulos seran parte de una historia que ire escribiendo sobre un chico, como empezaba y terminaba los capitulos antes, y los cuentos seran historias distintas como estas. Y sin más dilacióm os dejo, Ciaoooooooooo

Algo más que palabras, ideas

Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora, de evocarla sin dilación…
Así es como empieza una vieja canción que año tras año se canta el cinco de noviembre en toda Nueva Inglaterra. Esa canción versa sobre un hombre. Esa canción trata de unos hechos. Esa canción, es algo más que unas simples palabras. Ese cinco de noviembre todavía se recuerda, no por el calor o el valor de las palabras que componen la canción, sino porque desde ese día se quema cada año al hombre que inspiró esas palabras. Pero… ¿quién es ese hombre?, ¿por qué se le quema año tras año? Esto es lo que pretendo contaros ya que ésta es su historia. La historia de un hombre que no tenía palabras de esclavitud en su mente, sino ideas de justicia, igualdad y libertad. Os contaré su historia como llegó a mí el cinco de noviembre de 1695. Esta es su historia, la historia que inspiró esas palabras, la historia de Guy Fawkes.
En aquella época Inglaterra vivía bajo la tiranía de la reina Isabel I, a quien en 1603 remplazaría el rey Jacobo I. Ellos hicieron de Inglaterra un lugar en el que todos éramos esclavos de sus deseos y ambiciones.
El trece de abril de 1570 era un día especialmente lluvioso, las calles estaban inundadas, los cristales estaban empañados y el ruido de las gotas de lluvia cayendo sobre las hojas verdes de los árboles, hacían que el populacho se quedara en sus casas o en la posada “The Pracing Pong” o en alguna otra posada de mala muerte de la ciudad de York.
Dos calles a la derecha y una hacia la izquierda de la taberna, justo enfrente de al zapatería del viejo William estaba la casa de Jack Fawkes, el notario de la cuidad. Ese día su mujer dio a luz un niño, su primogénito, un varón, Guy Fawkes. Por desgracia ese día su mujer murió. La divina providencia le arrebató a la única mujer que había amado, a la única que había besado, a la única, que había querido. Para Jack Fawkes fue un día dulce y amargo, triste y alegre… de dualidad, de sentimientos encontrados para él ese día nunca podría ser contado con palabras.
Durante su infancia Guy fue un niño normal, se podría decir que fue la época más feliz de su vida. Fue algo más importante que las creencias religiosas o las ciencias con las que había sido educado lo que le hizo un hombre tan extraordinario. Los años anteriores Jack le había enseñado algo, le iba enseñando a pensar por sí mismo. Le había enseñado a tener ideas propias, no palabras vacías en su mente, porque son esas palabras las que construyen nuestras prisiones, las que nos atan, las que nos condenan y las que nos encierran en una prisión de la que no hay salida posible. Nos encierran en una vida sin elecciones, sin cambios, sin mejoras. Jack lo sabía y se lo enseñó a Guy. Ese año Guy vio los barrotes con los que estaba condenado a vivir, pero, se dio cuenta de que no hay que tenerles miedo, porque mientras conservemos un trocito, por pequeño que sea, de nosotros mismos, de nuestro orgullo, de nuestro valor, de nuestros recuerdos, ese trocito jamás debemos entregar ni vender ni tirar. Mientras conservemos ese trocito nada estará perdido, por que con ese trocito y nuestros ideales seremos capaces de crear la llave de nuestra libertad.
Era una mañana clara de primavera, ya habían aparecido las primeras flores en los árboles y las rosas maravillaban a los transeúntes con sus pétalos en su mayoría de un rojo intenso. Esa mañana de 1589 unos soldados del rey ejecutaron a Jack Fawkes y a otros hombres del pueblo. Ellos intentaban salvar algunas vidas de la ciudad ya que muchas personas morían de hambre día tras día por la incompetencia del rey para alimentar a su pueblo. Querían asaltar unos de los innumerables graneros de los que disponía la corte para alimentar a sus amigos, vecinos, hermanos que se morían de inanición.
Ese día murió un hombre pero con su muerte se activó un detonador. Ese detonador era su hijo, Guy Fawkes, y la pólvora que daría una explosión épica fueron sus recuerdos y las enseñanzas que Jack había colocado día tras día en su mente. Y sabía que la explosión pasaría a la historia.
Durante el siguiente año Guy fue disponiendo las piezas. Las fue colocando con el máximo cuidado, sabía que el más mínimo fallo le costaría algo más que la vida. Cuando lo tuvo todo pensado y colocado, escribió en un trozo de papel una parte de sus pensamientos:
—Todas las piezas están ante mí, sólo hace falta un pequeño empujón en una de ellas y la gran mentira a la que ahora llamamos gobierno, justicia, libertad, caerán por las voces de un pueblo que clama igualdad.
Al año siguiente Guy empujó la ficha embarcándose hacia algo más que una venganza: una meta, un sueño.
Durante algunos años Guy sirvió en los ejércitos españoles con un grupo de exiliados británicos. Allí aprendió cosas que le serían necesarias para su venganza: aprendió sobre el valor y el orgullo de los hombres y sobre el detonador de su plan, aprendió sobre la pólvora. Todo esto lo fur posible gracias a la ayuda de un solo hombre. Un hombre que le habló de una idea, la que haría de Inglaterra la tierra de sus sueños. Le habló sobre la anarquía, de un mundo sin líderes, donde los hombres libres seguirían sus propias ideas sin depender ni obedecer las palabras de sus corruptos líderes. Este hombre se llamaba Alberto Díaz y le contó que había sido un hombre de letras y que por exponer sus ideas revolucionarias fue condenado a servir en los Tercios Viejos hasta morir en manos del enemigo.
En 1601 en el asalto a un fuerte holandés una bala perdida hirió en el corazón a su amigo, el único que tenia, dándole muerte en los brazos de Guy. Las tres últimas palabras que le dijo a Guy se las dijo de una forma tan apasionada que parecía que se las estuviera diciendo el mismísimo Dios. A los tres meses, después de ver que no le quedaba nada para seguir en el frente, se encontraba desembarcando en Inglaterra para empezar la escena final de su obra.
En 1603 con no más que unos peniques en los bolsillos se estableció es Londres, una ciudad que clamaba libertad, pero que sus voces eran silenciadas a no menos de un murmullo por la corona. Pero Guy le daría tal intensidad que cambiarían los roles: ya el pueblo no temería a los gobernantes, sino que los gobernantes temerían al pueblo. Guy tenía muy claro lo que tenía que hacer, tenía que destruir el eje de todo, tenía que destruir el parlamento, pero tenía que hacerlo con el rey y con todos los parlamentarios dentro, con todas las personas que habían cambiado el significado de las palabras justicia, igualdad y libertad.
Con todos ellos muertos un nuevo mundo sería posible, un mundo de haz-lo-que-quieras.
Guy tardo dos años en reunir todo lo que le hacia falta para llevar a cabo su venganza, su meta, su sueño. Hombres que querían ver un mundo mejor le ayudaron. En 1605 Guy y sus hombres alquilaron un sótano debajo del parlamento y lo llenaron con treinta y seis barriles de pólvora que Guy había preparado con sumo cuidado. A cada uno de esos barriles les había añadido las tres palabras, en un rojo escarlata, que su amigo dijo antes de morir.
El día señalado fue el cinco de octubre de 1605, ese día Inglaterra renacería de entre las llamas: ese día estaba previsto que toda la corte visitara el parlamento en plena sesión como cada año se hacía. Por desgracia se declaro una alarma de peste en todo Londres y la visita de la corte se pospuso hasta el cinco de noviembre.
La víspera del gran día de la reconstrucción, Guy se encontraba comprobando el estado de la pólvora, cuando paso lo impensable uno de sus hombres le había traicionado. De repente, las fichas que habían estado cayendo desde el día que se embarco hacia Flandes hasta ese momento se detuvieron. Las fichas fueron detenidas por el deseo de los hombres. Un deseo de poder, de fama, de dinero. Guy tenía una visión de la condición humana que no era cierta. Durante la guerra había visto el valor y el orgullo de los hombres, pero como se dio cuenta, el ser humano no reacciona de la misma forma ante una espada que ante una lustrosa bolsa de dinero. El creía que los hombres no vendían su libertad ni sus ideales al mejor postor.
Una guarnición de la guardia del rey, como paso años atrás fue quien le arresto y le llevó a una prisión. Le torturaron para que confesara sobre sus cómplices, pero Guy no entregó ese pequeño trocito ni vendió sus ideales, él, aunque estaba detrás de unos barrotes se sentía libre y no tenía miedo a morir.
El complot de la pólvora fue desmantelado, condenando a Inglaterra a otros muchos años de poder monárquico y totalitario, hasta que la revolución de 1688 los hombres consiguieron algo de autodeterminación quitando parte de su poder al rey. Pero las ideas de Guy siguen entre nosotros esperando que algún hombre sea capaz de hacer un mundo mejor.
El 31 de enero de 1606 Guy Fawkes fue ejecutado enfrente del sito que pensaba destruir en pos de ese mundo mejor, frente al numeroso pueblo de Londres al que pretendía liberar de las cadenas de la opresión. Desde ese día es un hombre odiado, repudiado. Justo antes de morir como última voluntad Guy pidió que se le dejara hablar ante el pueblo y éstas son las últimas palabras, mejor dicho ideas, que pronunció:
—Os habéis reunido hoy para verme morir, no negaré que no sea motivo suficiente para venir, pero he pensado en daros algo más. Os daré parte de las ideas que moran en mi mente. Pueden que no sirvan de mucho, pero quien sienta lo que yo siento, quien vea lo que yo veo, quien persiga lo que yo persigo, esas personas, no escucharan palabras vacías como las que dice nuestro rey. Escucharán ideas de justicia, igualdad y libertad. Quiero deciros que habéis estado demasiados años aletargados en vuestros hogares disfrutando de una falsa seguridad, de una falsa realidad. Como he dicho antes, habéis estado dormidos, dejando que os controlen como simples marionetas de un teatrillo callejero. Un hombre dijo que cada uno de nosotros es un actor que le toca representar un papel en esta vida, debéis ser actores que representan su vida, no marionetas que representan las ideas de un titiritero. Es hora de despertar, es hora de que reclaméis lo que es vuestro, de vivir vuestras vidas sin que tengáis que arrepentiros nunca por vuestras decisiones porque serán vuestras y de nadie más. Yo he vivido una vida corta, pero no me arrepiento de nada por que todo lo he hecho yo. Hoy en realidad no moriré, en este cuerpo no hay carne que quemar ni vida que quitar. En este cuerpo solo hay un ideal. Y los ideales no pueden ser capturados ni erradicados, porque los ideales no sangran, no lloran, no mueren.
Guy Fawkes en su último suspiro de vida y con toda la fuerza de su voz gritó sólo tres palabras:

— ¡Libertad para siempre!
William Fawkes
Cinco de noviembre de 1696

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